LOURDES DE LA VILLA LISO
Viaje e isla. Iker Serrano, Bilbao, Fundación BilbaoArte Fundazioa, 2011 (cat. exp.), pp. 20-23 ISBN: 978-84-694-8371-8
El que las islas sean un modelo representativo de la historia concreta de los hombres se diría que es una tradición con las raíces hundidas en la Antigüedad. Pero ésta no es una historia transmisible por el lenguaje hablado. Es una vía abierta a un saber no proporcionado por las palabras. Es algo que cualquier ser humano podría entender de otro. Los gérmenes de un lenguaje con capacidad narrativa libre de traducción, se pueden reconocer en la cartografía desde su remoto origen. Antes de que se contase con modernos instrumentos de levantamiento topográfico y antes de que existiese la imagen impresa, existieron los mapas temáticos. Era una forma de facilitar la tarea de los cartógrafos, ya que, como señala Eugenio Turri, su construcción se basaba “en una serie de referencias deducidas de recorridos lineales (…)”1. Se comprende que la isla se convirtiese en el objeto primero, el ideal de cualquier cartógrafo, porque uno no necesita andar mucho: “Basta ir a la cima principal de la isla y desde allí arriba, como divinidad creadora y regidora, describir la isla, mundo finito, espacio equiparable dentro de un contorno costero”2. Y si se juntan varias islas el problema no se complica: lo que tenemos es el mar, que hasta donde alcanza la vista nos ofrece por todo contenido el horizonte. Y no se viaja hacia el horizonte con los pies.
Cartográficamente hablando, la isla es el objeto de un atlas llamado “isolario”. A pesar del barrido de todo lo innecesario que ofrece la línea que une cielo y mar, el isolario, como toda construcción humana, no es neutro; los isolarios o colecciones de mapas de islas, son “un género particular de cartografía cultivado en el Mediterráneo, principalmente en Florencia y en Venecia, desde principios del siglo XV hasta el final del siglo XVII”3. Y el mar entre los mares es el Mar Egeo, cuyas islas son las tierras primigenias del sueño: las historias que conducen a su formación son míticas, inmateriales relatos acerca de sus características físicas. Turri transcribe así cómo describe Marco Boschini la isla de Nisari junto a su representación cartográfica:
“está dominada por un monte del cual salen continuamente llamas, como el monte Ema. Y debido a que está sometida a frecuentes terremotos dijeron los Poetas que Neptuno persiguiendo al gigante Polipote, separase de la isla de Coo una gran parte del terreno: y que se lo tirase; y que lo cogiese y de la misma lo enterrase. De lo que nació esta isla; y el agitarse del gigante sepultado causa también los propios terremotos. A los pies de este ardiente monte manan en diversos lugares aguas calientes que producen distintos baños, de gran virtud…”4
Como se ve, para llegar al contenido que el viajero se encuentra cuando alcanza el horizonte, los cartógrafos completan su descripción con la palabra. Hayan o no hayan visto con sus propios ojos. Si las islas han sido y son lugar de retención mnemónica, es en su condición paisajística, no como territorio ni tampoco como mapa. Es quien ve quien retiene con destino a su memoria, porque se pierde en el propio mundo de su mente constructora.
Visualmente hablando, o lo que es lo mismo, paisajísticamente hablando, la isla debe ser el objeto del propio lenguaje. El saber al que ha mirado la cartografía más allá de sus fines cambiantes a través de los siglos, solo podría ser rescatado por una representación capaz de ir más allá de sí misma en la descripción. Y existe: perceptivamente hablando, la representación visual no rompe el vínculo con la visión insular del mundo que nos montamos en nuestra propia cabeza. Un microcosmos ideal en la forma de desvíos nerviosos interiorizados desde los que pensamos y entendemos el mundo. Un mundo que está plagado de otros microcosmos de los que estamos separados por un cuerpo y que se parecen tanto a nosotros mismos. Iker da una rotunda forma a esta cuestión básica de nuestro funcionamiento psicológico. Y eso le convierte en un ejemplo del lenguaje del que venimos hablando. Volviendo por un momento a los isolarios, la explosión en su producción cuando están perdiendo su función utilitaria, viene a ratificar según observa Georgios Tolias, “cómo las islas hayan sido y sean los primeros personajes de la historia”5. Es decir, algo que está antes incluso que la propia historia, aunque vaya a caminar de la mano con ella. El microcosmos insular descrito con ayuda de la palabra en los isolarios, conforma una especie de inconsciente colectivo primigenio. El microcosmos de nuestra cabeza descrito por Iker paisajísticamente, conforma algo que camina de la mano de nuestros actos concretos en el tiempo. Algo que es personal e intransferible. Algo que nos convierte en un personaje, y nunca mejor dicho: nos reduce al inconsciente que llevamos con nosotros. Como personajes, somos nuestra prehistoria. Narrar, no es observar ese algo de nosotros mismos, sino transformar y ser transformados por ello.
Iker reaparece constantemente en sus cuadros porque es la forma de trabar en relato ese “algo” que solemos llamar “psique”. A través de las distintas situaciones en las que se ve involucrado, nos está diciendo que la propia materia de nuestro cerebro es la primera cosa que no es neutra: la maneja nuestro cuerpo! Y como nos lo dice con imágenes, que apelan directamente a nuestra experiencia sensorial, es objetivo en la forma de transmisión: la representación visual acaba naturalmente en analogía con respecto al objeto al que da existencia. Y es subjetivo en el paisaje, que corresponde con la propia pintura, metáfora material de su mente constructora. De la conjunción de esos dos contrarios surgen para Iker ignotos fondos marinos, horizontes nevados, espesos bosques. Dominar paisajísticamente nuestra propia isla, nuestro territorio mental no frecuentado por los sentidos, no es nada fácil. Porque nuestra isla es el mejor de los mundos posibles. Nos dice Turri que el verdadero lugar de esta utopía es la ciudad: “el mundo de la cultura, de la seguridad, de la “humanitas” frente a los peligrosos espacios marinos vacíos, azotados por las tormentas y los corsarios”6. Pero la ciudad, no es lugar de entrada a la isla. Es nuestra “animalidad” la que va por delante de nosotros en el intento de dominio de nuestro territorio mental. Iker no representa la ciudad. Porque la utopía es ya poder caminar llevados de la mano del animal que somos. De ahí que Iker se represente junto a un zorro en “Viaje al blanco” y en “Punto de mira”, cuando en su camino no aparece amparado por la naturaleza.
Personaje u hombre imaginario si hablásemos de cine7, que acoge en el espacio todo el tiempo de nuestra vida; sostén de nuestra psique, base sobre la que escribir nuestra propia historia. Iker es el personaje, sí, así que es la isla, y en consecuencia el viaje, y como resultado de todo ello, es el vehículo que nos lleva, perceptivamente hablando. Y como hablamos de confines representados por el agua (de mar), Iker es un barco. Frágil canoa que se convierte en gran buque frente a las tormentas, para compensar el golpeo del viento y las olas. Para que su isla siga apareciendo a sus ojos primero y luego a los nuestros como el espejo de una mente. Una memoria y un olvido que hay que recordar para seguir tejiendo el sueño de la realidad. La del mundo del arte y no del arte en el que se desarrolla nuestra vida, y en la que Iker escribe dejándose transformar por y transformando su entorno más inmediato.
Me figuro que su pupilas están atadas por un hilo imaginario a urdimbre y trama de la tela, lo cualhace que Iker se quede de tanto en tanto suspendido en el espacio para viajar y en consecuencia hacernos viajar en esta exposición. Aunque es posible que el futuro le depare más de un viaje donde él deje de ser el vehículo que nos lleva, para quedar absorbido por un caparazón metálico con alas. Será porque la Tierra entera es una isla.
1 TURRI, Eugenio, “Gli isolari ovvero l’dealizzazione cartografica”, in Navigare e descrivere. Isolari e portolani del Museo Correr di Venezia. XV – XVIII secolo, Venezia, Marsilio, 2001 (cat. exp.), p. 19
2 Ibíd., p. 21
3 TOLIAS, Georgios, “Informazione e celebrazione. Il tramonto degli isolari (1572- 1696)”, in Navigare e descrivere. Isolari e portolani del Museo Correr di Venezia. XV – XVIII secolo, Venezia, Marsilio, 2001 (cat. exp.), p. 37
4 TURRI, Eugenio, “Gli isolari ovvero l’dealizzazione cartografica”, in Navigare e descrivere. Isolari e portolani del Museo Correr di Venezia. XV – XVIII secolo, Venezia, Marsilio, 2001 (cat. exp.), p. 27
5 TOLIAS, Georgios, “Informazione e celebrazione. Il tramonto degli isolari (1572- 1696)”, in Navigare e descrivere. Isolari e portolani del Museo Correr di Venezia. XV – XVIII secolo, Venezia, Marsilio, 2001 (cat. exp.), p. 37
6 TURRI, Eugenio, “Gli isolari ovvero l’dealizzazione cartografica”, in Navigare e descrivere. Isolari e portolani del Museo Correr di Venezia. XV – XVIII secolo, Venezia, Marsilio, 2001 (cat. exp.), p. 27
7 Ver MORIN, Edgar, El cine o el hombre imaginario, Barcelona, Seix Barral, 1972 [Ed. or.: Le cinema ou l’homme imaginaire, París]