Lourdes de la Villa Liso

El paisaje se hace presente

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IZASKUN ETXEBARRIA http://iskaskun.net/

Secuencia imaginada. Lourdes de la Villa Liso, Bilbao, Fundación BilbaoArte Fundazioa, 2011, pp. 13 – 17 (catálogo exposición)

 

Una imagen moderadamente satisfactoria del mundo sólo se consigue al alto precio de ser nosotros mismos quienes tomemos la imagen retrocediendo para ello al papel de observador no involucrado. (Schrödinger, 1984)

 

La pintura no cabe por la red. Eso es lo que pienso al mirar las imágenes de estos gigantescos cuadros de la sala de BilbaoArte. No sé muy bien por qué motivo su tamaño se ha multiplicado pero han crecido enormemente. La artista me habla de cuatro niveles cuando se refiere a su trabajo. ¿Es en estos niveles donde está la clave de su obra?

 

La primera vez que vi Secuencia Imaginada (nivel II) fue en 2007. Su estructura me indicó que aquella línea de horizonte marcaba la parte central de la composición, como sucede en la mayoría de los paisajes tal como entendemos este género pictórico. Así pues le propuse a Lourdes formar parte de una exposición colectiva que estaba preparando en Espacio Abisal, en la calle Hernani de Bilbao, titulada Paisajismos_Landscapes.

 

La razón de recuperar este género clásico de la pintura no era otro sino el de llamar la atención sobre el contexto en el que vivimos. Por un lado, el término Paisajismos, me llevaba a pensar en “espejismos”, el sufijo “ismos” resaltaba la idea de tendencia, como “tendencia al espejismo”. Por otro lado, Landscapes me sugería que el paisaje natural escapaba de nosotros, se alejaba como montado en una aeronave frente al crecimiento de la masa urbana.

 

La obra de Lourdes también produce esa impresión de espejismo cambiante. Aunque en su caso no es sólo la masa urbana la que invade el paisaje natural, sino la masa de la memoria y la percepción simultáneamente. La superficie de plata refleja la luz y te expulsa de la escena. Ahora que veo estas pinturas a un formato mucho mayor aprecio que aquellos pequeños detalles alojaban, ante todo, la iconografía de sus recuerdos de infancia.

 

Aquella exposición estaba compuesta por obras en soporte pintura y video de Ana Sanz, Noemí Sjöberg, Esteban de la Monja, Ignacio Uriarte y Lourdes de la Villa. Estos 5 artistas coinciden en prestar una atención especial a la percepción y la representación.

 

En aquel momento me preguntaba acerca de cómo el contexto en el que nos encontramos influye y modifica nuestra forma de pensar:

 

Rural o urbano, el límite del horizonte se impone para delimitar nuestro paisaje. Así, paisaje no es más que el espacio que se extiende más allá de nuestro cuerpo. Uno de los géneros clásicos, es el marco general común a las obras que se presentan en esta exposición. Cada artista repiensa el género para remezclarlo con sus propias herramientas de post-producción de la realidad.

 

No se puede entender la noción de paisaje sin tomar en consideración la figura del espectador, ya que lo visto sólo es paisaje en el acto de la contemplación. Esta idea ligada a la experiencia directa con la naturaleza y como forma de relación con el entorno es una práctica moderna; es la contemplación del escenario natural donde se desarrolla la existencia.

 

Según continuaba el texto, en la exposición encontrábamos un discurso enraizado en el romanticismo, el dadaísmo y el arte conceptual. Se parte de la idea de un ser humano como centro de indeterminación frente al mundo/naturaleza. Pero ¿cómo es hoy este mundo/naturaleza y cuál es nuestra relación con él/ella?

 

Llevaba tiempo dándole vueltas a las formas de vida cotidianas en unos espacios y otros; es decir, en la urbe postindustrial y en el campo, cerca de la naturaleza. Es una reflexión personal en torno a esta cuestión, me preocupa la pérdida de contacto con lo real en nuestra cultura, todo parece estar postproducido (Bourriaud, 2004):

 

La situación actual como marco ha generado una sociedad móvil e interconectada al medio digital. Sin embargo, cambia la velocidad de aceleración de nuestro entorno; ya sea el no lugar de Augé, la caverna digital al más puro estilo platónico, la tierra cruda del paisaje rural o el cómodo asfalto sobre el que deslizar nuestras ruedas. El tiempo y la atmósfera sufren alteraciones y lo percibimos con la sutileza propia del especialista en representación.[1]

 

Las composiciones de las obras eran todas bien distintas. En ellas, el horizonte aparecía como invitándonos a relajarnos. En algunas, haciéndonos mirar alrededor, aunque el giro de la cabeza había quedado transportado a la línea recta. En otras, porque el tiempo había quedado alterado por la mano de la artista que ralentizaba la escena. En una pintura, horizonte y cielo se entretejían suaves sobre blanco. En la quinta, un montón de archivadores en archivo mostraban un baile hipnótico, paisaje cotidiano por antonomasia para todos los oficinistas del mundo burocrático.

 

Paisaje urbano, natural, dentro o fuera de los edificios, los coches, los trenes o caminando. Nosotros somos los hijos e hijas de la modernidad, de la máquina, la diosa nueva que nos impone, nos castiga pero nos seduce con sus ritmos repetitivos.

 

Las pinturas de Lourdes apelan a los sentidos desde el recuerdo de su memoria. Se recuperan las sensaciones a través de la luz y los escenarios familiares de la ría, las grúas y los semáforos de Bilbao. El color se despega de las cosas como en los sueños. Nada es lo que parece. El retrovisor nos avisa: “en este mundo, se avanza hacia atrás” (de la Villa, 2007) y asistimos a los relatos de sus sueños frente a una escena inquietante.

 

“De la abstracción espacial pasamos a consumir el tiempo de las imágenes, pasamos a habitar dentro del sentimiento propio de las cosas. Por eso en este lugar lo humano no tiene imagen humana, porque es un destino alcanzado por el animal visual por sí, para sí. Este último lugar es un sentimiento del paisaje que refleja una forma de sentir la luz (evento físico), y que da salida a una forma de ver el mundo (evento psíquico). Como construcción intelectual está separado de la familiaridad del tiempo establecido, pero enlazado con la materialidad de las cosas que exceden lo puramente visual. El animal visual es fruto de pensar el sistema visual como un sistema nervioso completo. Integra y diferencia mirada y visíón, es autómata y es máquina, y quiere vivir como humano. Dice Heidegger que solo el hombre muere. El animal termina.” (de la Villa, 2007).

 

Nos encontramos ante un híbrido entre lo natural y lo artificial, ya no hay fronteras. Los límites se han desdibujado en su taller. Ahora sólo queda la escenificación de la memoria a gran formato. Pareciese a la espera de que los actores cobrasen vida ya a tamaño natural para contarnos, de viva voz, su historia.

 

Los autos de choque, los paraguas, las sillas de las terrazas… La representación siempre se produce dentro de un escenario, como una versión finita del mundo. Representar supone abstraer, reducir la cantidad de información que nos ofrece la totalidad. Después, se reorganizan los elementos escogidos en los espacios de exposición basados en el cubo blanco que abstraen el artefacto de su contexto original. Se parte de la sacralización del objeto artístico y se expulsa de la exposición el contexto original de producción de la obra.

 

Así, es como nos adentramos en la noción de escenario, dejando atrás la idea de taller. De esta manera, se re-presenta la nueva realidad a percibir, diseccionada y reinsertada mediante una operación de resignificación. Es, como apunta Jean Baudrillard, una suerte de virtualidad real, ya que lo real como tal es una construcción.

 

Lourdes de la Villa nos muestra cómo recordar nos vincula más allá de la vista a todos los sentidos, que metabolizados en la memoria construyen, a partir de la información viva, el presente a nuestro antojo. Si al saber se llega a través de la experiencia, insertados en nuestras cavernas formato-pantalla o escenarios-cubo nos vinculamos a un estimulante mundo posproducido cada vez más rizomático, que sin embargo puede hacernos olvidar nuestra naturaleza física, animal e instintiva y sobre todo, nuestra relación con ella.

 

El paisaje, que en un principio se consideraba un género tradicional, supone aquí un marco de pensamiento específico para llegar al habitar: una actitud ante la realidad, entendida ésta como materia específica que rodea nuestro cuerpo, y una reflexión en torno a la percepción y representación de esta experiencia.

 

 


[1] Extracto del texto original desarrollado para Paisajismos_Landscapes, ESPACIO ABISAL. 2007

 

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